domingo, 27 de enero de 2008

1er capítulo de mi 1ª novela

Aquí os dejo el primer capítulo de la novela "El ángel del fin del mundo".



Seguramente no era su intención, pero aquella mujer con la que tropecé en la acera, cuando salía de un portal, mientras yo iba al trabajo, me dejó un profundo olor al campo en primavera. Sus ojos, grandes como un sol radiante, azules como el océano y llenos de vida atravesaron los míos con su mirada penetrante que desnudó hasta lo más íntimo de mí.
Su bolso cayó al suelo a consecuencia del golpe, y lo recogí mecánicamente, sin dejar de mirarla. Al entregárselo rocé sus dedos con los míos, dándome una descarga de adrenalina que me hizo estremecer.
Al entregarle el bolso, escuché su dulce voz, cautivándome con su tono cantarín y la melodía de sus palabras, pidiéndome disculpas por el percance y dando las gracias por haberselo recogido.
Su pelo de color negro azabache, largo y un poco descuidado, con un volumen que enaltecía su rostro, voló debido a la brisa que soplaba y enredándose con la solapa de mi chaqueta.
Ante la inesperada situación y “atados” por la circunstancia me fijé en sus labios que eran ligeramente carnosos y tenían un color intenso causado por el lápiz de labios que parecía haberse puesto precipitadamente, y que resaltaba aún más la palidez de su rostro.
Su piel, cual tapiz creado por manos delicadas y descolorido por los años, tenía una opalescencia que absorbía los rayos del sol cuando se reflejaban en ella.
Las mejillas poseían un ligero color rosado; los ojos estaban perfectamente perfilados con una raya negra; las pestañas eran muy largas y las cejas asemejaban un tenue esbozo a carboncillo, tal, que parecían pintados por un artista del renacimiento.
La nariz recta, levemente respingona, aniñaba el conjunto y el mentón redondeado cerraba un rostro de los que dejan recuerdo.
Parecía una delicada muñeca de porcelana.
Al tenderme su mano observé sus dedos que eran casi perfectos, largos y finos, con las uñas pintadas en un tono de color muy parecido al de los labios.
Realmente era muy bella.
Todo fue muy precipitado y no tuve tiempo para reaccionar.
Una vez que desenredó su pelo de mi chaqueta, y agarrando el bolso con fuerza, desapareció detrás de la esquina.
La visión fugaz de aquella mujer me dejó paralizado.
El aire, aun impregnado por su olor a esencias misteriosas, me envolvió embriagándome.
Salí del trance y mi primera intención fue la de seguirla pero desistí, pensando que no era lo más conveniente, dado lo efímero que había sido su paso por mi vida. Siendo para mi una perfecta desconocida ¿que le iba a decir si la localizaba?, ¿que excusa esgrimiría para justificar mi persecución?
Me cruzo con mucha gente cada día, cuando me desplazo a mi trabajo, entre ellas algunas mujeres hermosas y atractivas pero ésta se había convertido en un santiamén en algo importante en mi vida.
Pensé que seria de necios ir tras de ella, aunque lo desease con todas mis fuerzas.
En esas estaba cuando miré la acera y vi una fotografía que posiblemente se le había caído de su bolso. Me agaché para cogerla y al darle la vuelta y ver aquella imagen me quedé sorprendido.
Era la misma mujer que yacía desnuda sobre una cama. Tenía un cuerpo espectacular con unos pechos grandes, un vientre plano y unos incipientes abdominales,fruto de frecuentar algún gimnasio, y las caderas redondeadas.
Su cara estaba tensa, apoyada sobre la almohada, y su mirada se perdía en algún punto de la habitación, que se hallaba en penumbra.
Estaba asida al cabecero metálico de la cama y la palidez de su cuerpo se fundía con el blanco de las sabanas.
Su figura era digna de una de las deidades de la antigua Grecia.
La foto parecía reciente y mientras la miraba, inmóvil en la acera, no me di cuenta de que una bicicleta se dirigía hacia mí a bastante velocidad.
Un chaval, tocando insistentemente el timbre, paso rozando por mi derecha, entre la columna del arco de la calle y yo.
Al asustarme se me cayó la foto de las manos y debido a la brisa que soplaba y al rebufo del aire producido por el ciclista fue a parar al centro de la calle, justo en el momento que arrancaban los coches, parados en el semáforo, perdiéndose dentro de la vorágine del tráfico.
Me sentí consternado ante la desaparición de la mujer y la pérdida de su fotografía.
Durante unos segundos interminables recordé sus ojos, sus palabras y su bello rostro, pero ¿acaso no había sido real y lo había imaginado todo?
Volviendo a la realidad opté por irme al trabajo, y entonces tropecé con algo. Sonó un ruido metálico que llamó mi atención.
En el suelo ví un objeto extraño que no pude identificar y agachándome lo recogí mientras pensaba que debía haberse caído también del bolso de aquella mujer.
Tenía que ser así, pues era lo único que estaba en la acera ya que hacía poco dos barrenderos, que aún se veían en la manzana siguiente, acababan de pasar limpiándola.
Al cogerlo note un intenso frío que casi me hizo tirar el objeto al suelo. Sin perder más tiempo lo puse en el bolsillo y me marché.
La mañana transcurrió lentamente ya que el trabajo no conseguió hacerme olvidar lo que había sucedido. Pensaba que el caprichoso destino a veces parece jugar con nosotros creando situaciones en las que hace que se crucen en nuestra vida personas que nos dejan marcado el corazón, y condicionan de alguna manera nuestro destino.
Luchaba por liberarme del recuerdo de la bella desconocida, pero su imagen volvía a mi mente cada instante.
El accidente había pasado en una de las calles más conocidas de Palma de Mallorca, la Avenida de Jaime III (1), que esta muy cerca de mi trabajo.
A las dos de la tarde paré para comer, pero fue imposible ya no tenía hambre por lo que me limite a tomar un poco de fruta y un refresco. Después regrese al trabajo, con la esperanza de que la tarde pasase más rápido, que la mañana. A las ocho, y con casi una hora de retraso sobre mi hora habitual de salida me marché de la empresa.
Desde el trabajo hasta mi casa, vivo en la parte alta de la ciudad, tardo unos quince minutos andando. Normalmente el desplazamiento de ida y vuelta lo realizo en el autobús, pero aquel día, debido al buen tiempo y a la necesidad de despejarme, decidí volver a pie.
En el trayecto hacia mi domicilio, dejando atrás Jaime III, atravesé el puente de la “riera”, (2) la calle Cataluña, subí por calle Industria, con sus característicos molinos antiguos restaurados, seguí por la calle Emili Darder, la plaza Madrid y por fin llegue a la calle Francisco Martí Mora, donde resido.
Al llegar a casa, deje sobre la mesita de noche el artilugio, posponiendo de para más tarde analizarlo.
Cené poco, ya que seguía sin tener hambre, pero ante lo frugal que había sido la comida, necesitaba ingerir algún alimento que me calmase la sensación de vacío del estómago. Después me fui a dormir.
Deliré toda la noche. Acosándome repetidamente figuras de fantasmas y entre ellas la misteriosa mujer. El sueño me hizo revivir una y otra vez el encuentro con ella y apareció un par de veces, también en mi pesadilla, aquel extraño objeto flotando en el aire y acababa estrellándose contra algo o alguien, que no conseguí identificar, provocando una terrible explosión, parecía una premonición de algo.
Me desperté sudando copiosamente, la cama estaba totalmente empapada y deshecha, dando la sensación de que hubiese pasado un tornado por encima de ella.
Me duché, desayuné y después de vestirme me fui al trabajo. Cuando estaba a la mitad de la escalera, dado que pocas veces utilizo el ascensor al vivir en un segundo piso, me acordé del objeto, regresé a recogerlo, poniéndomelo en el bolsillo de la chaqueta, y saliendo de nuevo a la calle donde tuve que acelerar el paso, pues se había hecho tarde. Coincidió que llegaba el autobús y una vez en su interior, volví a rememorar lo sucedido, con aquella mujer y la pesadilla nocturna con ella omnipresente, y empezaron a sudarme las manos.
Como cada día, antes de entrar al trabajo, me detuve en la cafetería, que estaba en la esquina, para tomarme mi segundo café, Marta, la camarera del bar, una mujer joven, morena, de tez blanca, muy alta y estilizada y con una vitalidad envidiable, me lo sirvió corto y con mucha espuma, como me gusta, acompañándolo con un ejemplar del periódico del día, que es difícil de conseguir a esas horas, pues la mayoría de clientes entran a tomar un café para poder leer la prensa. Puse azúcar en el negro y humeante líquido, disolviéndolo con la cucharilla mientras leía los titulares de la portada.
De repente me quede petrificado, mis ojos no daban crédito a lo que estaba viendo. Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo y temblando tiré el café sobre la barra.
Allí en primera página estaba la fotografía de la mujer.
Sí, era ella, ¡Dios mío! la misma mujer del día anterior.
Un policía estaba a punto de taparle el rostro con una manta, y estaba….
¡¡¡¡Muerta!!!!
Sentí que la vista se nublaba y que el mundo se me venía encima, sin darme cuenta caí al suelo.


gracias por leerlo. salu2

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