jueves, 28 de enero de 2010

El Ecdótico

El ecdótico

Yo era un triunfador nato y absolutamente perfecto.
Vencedor de todo y conquistador de todas.
Arrasaba en los deportes, apabullaba en los juegos y conquistaba todas las féminas que se interpusieran en mi camino.
No respetaba a nadie ni a nada. ¿Para qué? ya que era el súmmum y además me lo creía.
Sí, todo era un camino de vino y rosas para mí y nunca me había preocupado el futuro de la humanidad ni hacer el bien, hasta que ellas se cruzaron en mi vida.
Fue una fría y nevada mañana de enero, la temperatura rondaba los cero grados.
Salí dispuesto a comerme el mundo y volver después para tirar sus despojos a la basura dado que en mi perfección también tenía cabida la ecología y por supuesto el reciclaje y no quería que me multaran si tiraba fuera de los contenedores los restos de aquella débil e insulsa humanidad que pululaba muy por debajo de línea de flotación.
Había elegido un traje de diseño exclusivo de color gris metálico, una camisa blanca de cuello alzado, con botones, una corbata azul ecléctico y unos zapatos negros de charol con cordones a juego con el traje.
Un dandi a mi lado se habría cortado las venas por no poder superarme en elegancia y distinción.
Portaba en mi mano el último modelo de teléfono móvil, de color rojo y con la pantalla táctil permanentemente iluminada para que destacara más.
Y llevaba un reloj suizo de doble tourbillón, con esfera blanca y números y agujas de color naranja.
Mientras bajaba a recoger mi coche recompuse el cuello de la chaqueta que estaba girado pues no era cuestión de dar el cante con un detalle tan insulso como este.
Abrí la puerta del garaje con el dispositivo de reconocimiento de pupila y una vez dentro, el vehículo tras detectar mi tarjeta, abrió la puerta, retiró el volante y el asiento giró desplazándose fuera del coche, permitiendo que me sentara cómodamente, después ambos volvieron a la posición programada para que yo no tuviera que hacer ningún esfuerzo y tres segundos después la puerta, tipo ala de gaviota, se cerró.
El sistema de navegación, leyó en mi mente a donde me dirigía, encendió el motor, puso el equipo audiovisual en marcha, con música de Bach interpretada por la filarmónica de Berlín, dirigida por Herbert Von Karajan y visualizando en la pantalla del navegador la ruta a seguir, en un lado, y del otro las últimas noticias acaecidas en el Mundo, arrancó.
Salí del edificio y enfilé el túnel subterráneo particular que me permitía acceder a la autopista sin tener que atravesar las calles colindantes a mi mansión.
El interior del vehículo se iluminó con una tenue luz azul, acorde a mi estado de ánimo que previamente había detectado el ordenador al leer las facciones de mi rostro.
Recorrí los treinta kilómetros que separan mi empresa del domicilio en doce minutos y cuando llegaba vi en el salpicadero una hormiga.
¡Por Dios! Una asquerosa hormiga en mi coche.
La miré y entonces me dio la sensación de que ella también me estaba observando y sin darme tiempo a reaccionar desapareció.
Creo que no se lo he dicho, pero soy un ecdótico y mi trabajo me obliga a buscar continuamente cualquier medio novedoso que pueda usarse para publicar textos, sobretodo desde que casi habían desaparecido los árboles y el papel artificial que se utilizaba era de muy mala calidad.
Los “junta letras”, como yo llamo a esos pobres seres, abocados a la extinción, y cuyo único afán es el seguir escribiendo historias para que después ya nadie las lea.
Su paulatina e inexorable desaparición librará al planeta de una lacra que para lo único que ha servido ha sido el fomentar la alienación de la gente y expandir teorías sibilinas que han provocado guerras, muerte y destrucción, por no decir de su culpabilidad en el aniquilamiento de los árboles.
Y a fe que si no fuera por los de mi profesión ya serían historia, pero historia hablada.
A pesar de ello mi trabajo era encontrar nuevos métodos de publicación y ello me llevó a descubrir la forma más revolucionaria de comunicación de la historia.
Hasta ahora, un libro debía recorrer una senda fija desde la imaginación de su autor a su publicación.
Pero un buen día pensé que todo esto era una pérdida de tiempo considerable y un gasto innecesario y me propuse cambiar el sistema.
Estuve barajando multitud de formas hasta que hace un año me sucedió algo que me ayudó a crear el “Pensalibro”.
¿Se han parado alguna vez a pensar cómo actúan, viven y perduran todos los seres vivientes de este planeta exceptuando a la raza humana?
¿No?, pues deberían fijarse tal y como yo lo hice.
Estaba un día paseando por los alrededores de la ciudad cuando de repente vi una hormiga junto a un resto de comida, que para ella debía ser como un tesoro, regresaba rauda y veloz sobre sus pasos dirigiéndose hacia su hormiguero, seguramente para comunicar su descubrimiento, cuando de repente se topó con una congénere suya.
Realizaron un pequeño ritual, supongo que a modo de saludo y tras él, la susodicha pareció transmitirle la localización exacta del tesoro.
Entonces, y sin perder tiempo, la segunda se marchó disparada en dirección al hormiguero situado no muy lejos de allí y la primera volvió sobre sus pasos hasta la comida.
Intrigado me esperé, entre otras razones porque no tenía nada que hacer en aquel momento.
Poco después regresó la amiga de la hormiga con un puñado de otros congéneres y una vez allí, entre todas desintegraron en mil pedazos aquel trozo de comida y se lo llevaron a su madriguera.
Hasta aquí todo normal, seguramente se dirán ustedes que si el rastro, el olor, etc. etc. y efectivamente no les faltará razón pero tras aquel rápido episodio y sin saber muy bien por qué, decidí quedarme a observarlas un rato más y cuál fue mi sorpresa cuando de repente la primera hormiga vino acompañada de otras tres y se detuvieron en el mismo lugar donde había encontrado el mendrugo.
Se entretuvieron un par de minutos y aquel diminuto ser estuvo explicándoles todo lo que había sucedido.
Yo continuaba mirando intrigado y más aun cuando la “maestra” se marchó y las tres alumnas empezaron a hablar entre ellas a golpes de antena.
De repente cada una de ellas cogió un camino y se dispersaron del lugar.
Seguí con la mirada a las tres hasta que me fue posible, después fui tras una de ellas elegida al azar.
La pequeña ando bastante tiempo, recorriendo lo que para ella debió ser una gran distancia hasta que encontró otro mendrugo de pan y se inició de nuevo el ritual.
Ahí es donde caí en la cuenta de que a ellas no les hacía falta escribir nada para comunicarse las noticias y fue en ese preciso instante cuando empecé a germinar la idea de que estaban utilizando algún sistema de comunicación que en ese momento no comprendía y que una vez conocí dio como resultado el “pensalibro”.
¿Para qué demonios tanto escribir si las cosas pueden transmitirse a través del pensamiento?
Pero me faltaba una pieza del rompecabezas para conseguir crear mi invento y era precisamente la más importante, ¿Cómo lo hacían?
Entonces decidí llevarme a aquel insecto a mi laboratorio y mientras la cogía del suelo me sentí observado por ella, de tal forma que me recordó a la hormiga del coche, pero enseguida deseché el pensamiento, ya que me pareció ridículo.
Allí intenté descubrir como se lanzaban sus mensajes y transmitían sus conocimientos.
La verdad es que no sabía ni por donde empezar, por lo que tras varias horas de observaciones en las que curiosamente ella pareció estar dispuesta a colaborar conmigo, dejé al animalillo en un recipiente, cerré la luz y me marché a mi casa a descansar.
A la mañana siguiente cuando regresé la encontré muerta.
Tuve un disgusto supino, pero al levantar la cabeza mi sorpresa fue mayor, al ver que las paredes del recipiente, ahora mortuorio, estaban impregnadas de una sustancia medio fluorescente y me lo llevé directamente al microscopio.
Aún no era consciente de que tenía la respuesta delante de mí y aun que lo intenté no conseguí dar con ella.
Esa noche cuando regresaba a casa mi coche se paró.
Intenté ponerlo en marcha pero me fue imposible.
Desesperado, lo dejé en el arcén y al ver que nadie se detenía para ayudarme comencé a andar por el páramo que bordeaba la autopista.
A medida que me alejaba de ella, las luces de los vehículos desaparecieron y la oscuridad me envolvió y el silencio se adueñó del ambiente.
Tras andar un rato me detuve pues a pesar de la negrura de la noche aquel sitio me resultó familiar.
Y efectivamente así fue, me encontraba en el mismo lugar donde había visto el episodio del mendrugo de pan y las hormigas.
Recuperado de la sorpresa indagué por los alrededores y de pronto me fijé que por el suelo, las piedras, los arbustos y los árboles había rastros de la misma sustancia que encontré en la caja de la hormiga fallecida.
Tal vez la utilizaban para marcar sus rutas o los lugares en los que podía haber alimento.
Pero había algo que no tenía lógica en todo aquello porque si eran señales para marcar alguna ruta, deberían tener continuidad.
Me acerqué hasta una de aquellas marcas y descubrí que era algo parecido a una escritura.
Y en esas estaba cuando me di cuenta de que una hormiga me miraba, aunque sólo fue un momento fugaz y desapareció rápidamente.
No entendía nada de lo que me estaba pasando hasta que pasados unos minutos comencé a oír un susurro, que paulatinamente fue transformándose en un fuerte zumbido y después en un sonido estridente y perturbador que me aturdía.
Asustado, me escondí detrás de un árbol junto a unas rocas.
Y sin saber cómo, empezaron a aparecer de la nada cientos, miles, tal vez millones de hormigas. Salían de todas partes y se podían ver perfectamente a pesar de la oscuridad porque brillaban por estar impregnadas de la misteriosa sustancia.
Empecé a temer por mi vida ya que toda aquella marabunta venía directamente hacia mí.
De repente, cuando las primeras estuvieron cerca se detuvieron y en oleadas, una tras otra, fueron depositando, justo a mis pies, el líquido que llevaban, para ello se contoneaban como hacen los perros para secarse si se mojan.
Durante más de una hora continuaron con el ritual mientras yo permanecía en mi escondrijo temblando de miedo.
Tras haber pasado las últimas, desaparecieron tan rápido como habían venido y volvió a reinar el silencio.
Estaba temblando y tardé un rato en salir para ver mejor aquella montaña de material fluorescente que era más alta que yo.
Tras unos instantes de desconcierto la rodeé y entonces descubrí algo escrito en el suelo hecho con el mismo material y que decía lo siguiente:
“Dios te lo envía, utilízalo para comunicaros, dejad de talar árboles para hacer papel y así nuestro planeta se salvará”.
Y así lo hice.
Lo utilicé para crear el “Pensalibro”, basado en su forma de comunicación, es decir, la sustancia captura los pensamientos y éstos se trasmiten de un cerebro a otro sin necesidad de tener que escribir nada ni gastar toneladas de papel.
Y desde entonces la tala de árboles ha disminuido, incluso se reforesta más de lo que se tala y el planeta está recuperándose.
¿Y yo?
Pues ya ven, más forrado y feliz, pero eso sí, ahora he cambiado y estoy empleando mi tiempo, esfuerzo y fortuna para ayudar a los demás.
De hecho, estoy considerado como el mejor filántropo del mundo.
Y detrás de mi casa, justo en el centro de un bosque que hice plantar, hay un gigantesco hormiguero en el que mis “amigas” las hormigas siguen produciendo el “Néctar de Dios” con el que puedo seguir fabricando los “Pensalibros”.

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